La Reina del Carnaval que se convirtió en monja
La reina del Carnaval de Barranquilla de 1950, Edith Munárriz Steffens, el día de su coronación.
Por Ricardo Rodríguez Vives
A los 20 años de edad la vida de Edith Munárriz Steffens— Reina del Carnaval de Barranquilla 1950—, es parecida a la protagonista de una película light que desde su inicio, pronostica un final feliz. Muy bella, alegre, rumbera y perteneciente a una familia de apellidos de alcurnia. Su cara de muñeca estaba enmarcada por un corte estilo pin up y su silueta quitaba el hipo a los hombres.
Era una época de Fords convertibles, juventud de aspecto inocente y lazos en cabellos y faldas. Edith seguía como Reina a su hermana Niní, que había sido la soberana del Carnaval de 1944. La belleza de las hermanas Munárriz era legendaria en la ciudad.
Recuerda su hermana Clarita de Gómez que Edith era una chica amante de las fiestas. Tuvo novios, como cualquier jovencita; sin embargo, había algo que no encajaba con su estilo de rumbera. Empezó a sentir remordimientos por regresar tarde a su casa. Un lento reconocimiento de que ya no se sentía en su elemento.
Como un estímulo de efecto retardado las enseñanzas católicas captadas en el bachillerato empezaron a permear su temperamento. Pocos años después de su reinado, Edith anunció que se convertiría en monja. Se olvidó del espíritu relajado del rey Momo para siempre y abrazó la beatitud de Cristo.
Su familia sabía que pese a su carácter fiestero, en su fuero interno mantenía principios humanitarios y piadosos. Así que su decisión, si bien no fue compartida por todos, no les sorprendió en absoluto.
Misionera. Edith abandonó la comodidad de la casa familiar para dormir en las austeras celdas del convento de las monjas de La Enseñanza. 20 años después de su reclusión voluntaria, el Papa Juan XXIII levantó la clausura que mantenía encerradas a las religiosas católicas. La ex reina vio la oportunidad para desarrollar lo que realmente quería hacer: salir y ser misionera.
“Mucha gente cree que la hermana Edith se fue a ayudar a los pobres. No. Ella trabajó hombro a hombro con los pobres. Llegó con un mensaje, basado en el Evangelio, de que nosotros podemos hacer extraordinarias nuestras vidas aún en la pobreza”, la recuerda Teresa García, rectora del plantel educativo Instituto Cultural de Las Malvinas, al suroccidente de la ciudad.
La Institución Educativa Distrital Estonnac, del barrio El Bosque —deprimida zona de la ciudad— fue el espacio que Edith escogió para su tarea. El colegio, igual que La Enseñanza, es dirigido por la Compañía de María, relata la rectora.
Con un templado espíritu de líder, en su boca la evangelización se convirtió en un discurso muy alejado de poner la otra mejilla: el supuesto de que los pobres estarán siempre enterrados en la miseria, terminaría con un llamado a la voluntad por cambiar.
“Luchen por sus derechos como habitantes de una zona que pertenece a Barranquilla: ustedes tienen un valor inmenso como hijos de Dios”, fue una de las prédicas con las que infundiría valor a la comunidad.
Pasaría el tiempo y los cabellos de Edith perdieron el lustre de otros años. Su piel ya no era lozana y sus ojos claros terminaron ocultos bajo grandes gafas. No obstante, el fuego vivo de la fe la animaba como un acicate. En su labor recorría terrenos inhóspitos, impasible bajo un sol sin tregua. Empezó a quemarse la piel, pero no le importaba.
Un día, enormes caterpillars hicieron su aparición en los terrenos del actual barrio Las Malvinas, amenazando arrasar varias casas de invasión. Cuando se enteró, Edith montó en cólera y se atravesó en medio de las máquinas. “Tendrán que arrastrarme a mí también”, le espetó furibunda a los conductores. Al pasar las semanas las máquinas regresarían para devastar varias zonas.
Las autoridades de la época no tardarían en tildarla como comunista y revolucionaria.
“Pero lo único que hacía la hermana era recalcar los derechos de los habitantes. En este barrio no había ni agua”, dice la rectora. Edith practicaba quizás sin saberlo, la Teología de la Liberación, corriente que plantea como ser cristiano en un continente oprimido como Latinoamérica.
Para muchos habitantes del sector, Las Malvinas existen por la labor evangelizadora de las religiosas encabezada por Edith. Por medio de protestas pacíficas, solicitudes y papeleo, al barrio se le instaló el acueducto y alcantarillado. Habían dejado de ser ‘invasores’.
Minada por la enfermedad del lupus, que empezó a consumir su piel y sus tejidos—consecuencia de las prolongadas exposiciones solares—Edith moriría de un paro cardíaco en 1999. Hasta el final, dicen sus allegados, quería seguir con su labor entre los más pobres pese a su deteriorada salud.
“La recuerdo como si fuera ayer. Es como si a veces la sintiera. Este colegio se fundó gracias a ella, y aún mantenemos sus enseñanzas: vivir dignamente en la pobreza, buscando siempre como triunfar”, dice.
La ex reina del Carnaval había culminado 45 años de ministerio religioso a campo traviesa. Al final, el merecido descanso.
La reina del Carnaval de Barranquilla de 1950, Edith Munárriz Steffens, el día de su coronación.
Por Ricardo Rodríguez Vives
A los 20 años de edad la vida de Edith Munárriz Steffens— Reina del Carnaval de Barranquilla 1950—, es parecida a la protagonista de una película light que desde su inicio, pronostica un final feliz. Muy bella, alegre, rumbera y perteneciente a una familia de apellidos de alcurnia. Su cara de muñeca estaba enmarcada por un corte estilo pin up y su silueta quitaba el hipo a los hombres.
Era una época de Fords convertibles, juventud de aspecto inocente y lazos en cabellos y faldas. Edith seguía como Reina a su hermana Niní, que había sido la soberana del Carnaval de 1944. La belleza de las hermanas Munárriz era legendaria en la ciudad.
Recuerda su hermana Clarita de Gómez que Edith era una chica amante de las fiestas. Tuvo novios, como cualquier jovencita; sin embargo, había algo que no encajaba con su estilo de rumbera. Empezó a sentir remordimientos por regresar tarde a su casa. Un lento reconocimiento de que ya no se sentía en su elemento.
Como un estímulo de efecto retardado las enseñanzas católicas captadas en el bachillerato empezaron a permear su temperamento. Pocos años después de su reinado, Edith anunció que se convertiría en monja. Se olvidó del espíritu relajado del rey Momo para siempre y abrazó la beatitud de Cristo.
Su familia sabía que pese a su carácter fiestero, en su fuero interno mantenía principios humanitarios y piadosos. Así que su decisión, si bien no fue compartida por todos, no les sorprendió en absoluto.
Misionera. Edith abandonó la comodidad de la casa familiar para dormir en las austeras celdas del convento de las monjas de La Enseñanza. 20 años después de su reclusión voluntaria, el Papa Juan XXIII levantó la clausura que mantenía encerradas a las religiosas católicas. La ex reina vio la oportunidad para desarrollar lo que realmente quería hacer: salir y ser misionera.
“Mucha gente cree que la hermana Edith se fue a ayudar a los pobres. No. Ella trabajó hombro a hombro con los pobres. Llegó con un mensaje, basado en el Evangelio, de que nosotros podemos hacer extraordinarias nuestras vidas aún en la pobreza”, la recuerda Teresa García, rectora del plantel educativo Instituto Cultural de Las Malvinas, al suroccidente de la ciudad.
La Institución Educativa Distrital Estonnac, del barrio El Bosque —deprimida zona de la ciudad— fue el espacio que Edith escogió para su tarea. El colegio, igual que La Enseñanza, es dirigido por la Compañía de María, relata la rectora.
Con un templado espíritu de líder, en su boca la evangelización se convirtió en un discurso muy alejado de poner la otra mejilla: el supuesto de que los pobres estarán siempre enterrados en la miseria, terminaría con un llamado a la voluntad por cambiar.
“Luchen por sus derechos como habitantes de una zona que pertenece a Barranquilla: ustedes tienen un valor inmenso como hijos de Dios”, fue una de las prédicas con las que infundiría valor a la comunidad.
Pasaría el tiempo y los cabellos de Edith perdieron el lustre de otros años. Su piel ya no era lozana y sus ojos claros terminaron ocultos bajo grandes gafas. No obstante, el fuego vivo de la fe la animaba como un acicate. En su labor recorría terrenos inhóspitos, impasible bajo un sol sin tregua. Empezó a quemarse la piel, pero no le importaba.
Un día, enormes caterpillars hicieron su aparición en los terrenos del actual barrio Las Malvinas, amenazando arrasar varias casas de invasión. Cuando se enteró, Edith montó en cólera y se atravesó en medio de las máquinas. “Tendrán que arrastrarme a mí también”, le espetó furibunda a los conductores. Al pasar las semanas las máquinas regresarían para devastar varias zonas.
Las autoridades de la época no tardarían en tildarla como comunista y revolucionaria.
“Pero lo único que hacía la hermana era recalcar los derechos de los habitantes. En este barrio no había ni agua”, dice la rectora. Edith practicaba quizás sin saberlo, la Teología de la Liberación, corriente que plantea como ser cristiano en un continente oprimido como Latinoamérica.
Para muchos habitantes del sector, Las Malvinas existen por la labor evangelizadora de las religiosas encabezada por Edith. Por medio de protestas pacíficas, solicitudes y papeleo, al barrio se le instaló el acueducto y alcantarillado. Habían dejado de ser ‘invasores’.
Minada por la enfermedad del lupus, que empezó a consumir su piel y sus tejidos—consecuencia de las prolongadas exposiciones solares—Edith moriría de un paro cardíaco en 1999. Hasta el final, dicen sus allegados, quería seguir con su labor entre los más pobres pese a su deteriorada salud.
“La recuerdo como si fuera ayer. Es como si a veces la sintiera. Este colegio se fundó gracias a ella, y aún mantenemos sus enseñanzas: vivir dignamente en la pobreza, buscando siempre como triunfar”, dice.
La ex reina del Carnaval había culminado 45 años de ministerio religioso a campo traviesa. Al final, el merecido descanso.