El ensayista neoyorquino completa aquí investigación de la estancia en México del Nobel de Literatura
Para el periodista y ensayista neoyorquino James Karmooch ocuparse de escritores de fama mundial mientras están vivos, no significa contribuir a acrecentar la publicidad que los rod
Por el contrario, aseguró, representa una oportunidad para redondear con esfuerzo e investigación pasajes poco accesibles de sus vidas y comprender con ello mejor sus obras..
Entrevistado durante su estancia en Morelos, dijo que para la fase que involucra la vida del Nobel de Literatura 1982 en México entrevistó a integrantes del Sistema Nacional de Creadores Eméritos, quienes aportaron sus opiniones y anécdotas sobre el autor.
"Para entender la obra de García Márquez es necesario conocer a fondo su vida. Sólo de esa manera pueden comprenderse el gran número de arquetipos que rodean su trabajo", afirmó Karmooch, quien a diferencia de otros interesados en el tema, confesó jamás haber intentado sortear la consigna del autor de no conceder entrevistas.
Aseguró que el buen-mal humor de García Márquez ha sido siempre legendario. "Puede lanzar diatribas amargas contra algún periodista que trate de sortear su consigna de no conceder entrevistas, y segundos después sonreír y sacarle la lengua en son de tregua.
"Esa personalidad tiene mucho de sus raíces, de su contacto con una familia tan extraña, fantástica y arquetípica como los personajes de sus libros.
"A una de sus tías, Francisca, le gustaba tejer. Todos los días el niño Gabriel le preguntaba por aquella colcha a la que había dedicado varios meses de trabajo. La mujer le contestaba que era una alfombra mágica para emprender un viaje.
"El día que el niño Gabriel vio la tela terminada fue en el funeral de Francisca. Era la sábana mortuoria con la que ella había pedido ser envuelta poco antes de suicidarse", refirió.
Enigmas humanos como ese calaron hondo en el alma de aquel pequeño nacido en Aracataca, quien lejos de sus padres, que vivían en Rioacha por cuestiones de trabajo, encontró su principal refugio en su abuelo, el coronel Nicolás Márquez.
"El patriarca Don Nicolás, a quien Gabo recuerda como la figura arquetípica más trascendente de su existencia, respondía siempre sus preguntas con amenas fábulas e historias, con moralejas que, sin saberlo, conformarían la principal influencia literaria de García Márquez", indicó el ensayista estadounidense.
Como todo joven ajeno a la era de la televisión, añadió, Gabriel se refugió en los libros de aventuras como "Viaje al centro de la Tierra", "Veinte mil leguas de viaje submarino", "De la Tierra a la Luna" y "Moby Dick".
Pero sobre todo en universos como el de Emilio Salgari, a quien reconoció como su primer amigo cálido e incondicional en su etapa de estudiante, abundó.
Después de trasladarse en 1949 a Barranquilla entró a trabajar como reportero a los diarios "El Universal" y "El Heraldo de Barranquilla".
A la par de su paso por las redacciones, García Márquez devoraba libros comprados y prestados de Albert Camus, James Joyce, Ernest Hemingway, Franz Kafka y William Faulkner, que igual que torres babilónicas se acumulaban en su pequeño cuarto de una pensión atestada de ratones, cucarachas y chinches ubicada en una de las zonas más populares de la ciudad, conocida irónicamente como la "calle del crimen".
"En esa época -indicó- comenzó también a vivir la bohemia con el llamado Grupo de Barranquilla, que estaba integrado principalmente por periodistas, poetas y escritores, todos ellos encabezados por el dueño de una librería de viejo llamado Ramón Vinyes, quien hacía las veces de maestro de literatura, gurú ideológico del grupo, sin mencionar la de un segundo abuelo para García Márquez".
Todo podía ocurrir en las tertulias con aquellos intelectuales, defensores de sus ideas políticas y literarias, sus afectos por cineastas y películas de renombre, así como sus tesis personales sobre el significado existencial de cualquier libro.
"Al calor de las copas, Gabriel llegó en varias ocasiones a los golpes con sus amigos por desavenencias de opinión. Nada que un apretón de manos y un abrazo a la mañana siguiente, no pudieran arreglar", aclaró.
La revista "Mito" marcó un antes y un después en el periodismo colombiano y también en la vida de García Márquez, quien se animó a publicar un capítulo de "La hojarasca" en uno de los números.
Al poco tiempo ganaría gracias al texto el primer reconocimiento de su vida, el de la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia. A partir de entonces su nombre comenzó a ser reconocido como el de un periodista que también era escritor, y viceversa.
García Márquez decidió poco después viajar a París para instalarse de lleno en la vida artística e intelectual.
"Según llegó a confesar a sus amigos, en aquella ciudad comía o medio comía sólo una vez al día. Sin embargo, el hambre y las penurias económicas no le impidieron escribir `La mala hora', que años más tarde tendría una gran influencia en la composición de `El coronel no tiene quien le escriba'", expuso.
García Márquez recorrió Europa con una visión crítica, anotó al recordar que en una ocasión declaró: "el espíritu joven de América Latina latía en mi alma como el corazón de un cancerbero".
En tal afirmación hacía una comparación con lo "polvoso, herrumbrado y decadente de muchos perfiles del Viejo Continente. Esta visión la expresó claramente durante su ya célebre discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura", indicó Karmooch.
Del libro que elabora, aseguró que es un acercamiento biográfico y ensayístico a uno de los personajes más notables de la literatura y de los movimientos latinoamericanos.
"Puedo decir que está realizado con el respeto y la minuciosidad, cual si el propio Gabo me hubiese recibido en su casa para charlar durante horas de sus andanzas", subrayó.
"Para entender la obra de García Márquez es necesario conocer a fondo su vida. Sólo de esa manera pueden comprenderse el gran número de arquetipos que rodean su trabajo", afirmó Karmooch, quien a diferencia de otros interesados en el tema, confesó jamás haber intentado sortear la consigna del autor de no conceder entrevistas.
Aseguró que el buen-mal humor de García Márquez ha sido siempre legendario. "Puede lanzar diatribas amargas contra algún periodista que trate de sortear su consigna de no conceder entrevistas, y segundos después sonreír y sacarle la lengua en son de tregua.
"Esa personalidad tiene mucho de sus raíces, de su contacto con una familia tan extraña, fantástica y arquetípica como los personajes de sus libros.
"A una de sus tías, Francisca, le gustaba tejer. Todos los días el niño Gabriel le preguntaba por aquella colcha a la que había dedicado varios meses de trabajo. La mujer le contestaba que era una alfombra mágica para emprender un viaje.
"El día que el niño Gabriel vio la tela terminada fue en el funeral de Francisca. Era la sábana mortuoria con la que ella había pedido ser envuelta poco antes de suicidarse", refirió.
Enigmas humanos como ese calaron hondo en el alma de aquel pequeño nacido en Aracataca, quien lejos de sus padres, que vivían en Rioacha por cuestiones de trabajo, encontró su principal refugio en su abuelo, el coronel Nicolás Márquez.
"El patriarca Don Nicolás, a quien Gabo recuerda como la figura arquetípica más trascendente de su existencia, respondía siempre sus preguntas con amenas fábulas e historias, con moralejas que, sin saberlo, conformarían la principal influencia literaria de García Márquez", indicó el ensayista estadounidense.
Como todo joven ajeno a la era de la televisión, añadió, Gabriel se refugió en los libros de aventuras como "Viaje al centro de la Tierra", "Veinte mil leguas de viaje submarino", "De la Tierra a la Luna" y "Moby Dick".
Pero sobre todo en universos como el de Emilio Salgari, a quien reconoció como su primer amigo cálido e incondicional en su etapa de estudiante, abundó.
Después de trasladarse en 1949 a Barranquilla entró a trabajar como reportero a los diarios "El Universal" y "El Heraldo de Barranquilla".
A la par de su paso por las redacciones, García Márquez devoraba libros comprados y prestados de Albert Camus, James Joyce, Ernest Hemingway, Franz Kafka y William Faulkner, que igual que torres babilónicas se acumulaban en su pequeño cuarto de una pensión atestada de ratones, cucarachas y chinches ubicada en una de las zonas más populares de la ciudad, conocida irónicamente como la "calle del crimen".
"En esa época -indicó- comenzó también a vivir la bohemia con el llamado Grupo de Barranquilla, que estaba integrado principalmente por periodistas, poetas y escritores, todos ellos encabezados por el dueño de una librería de viejo llamado Ramón Vinyes, quien hacía las veces de maestro de literatura, gurú ideológico del grupo, sin mencionar la de un segundo abuelo para García Márquez".
Todo podía ocurrir en las tertulias con aquellos intelectuales, defensores de sus ideas políticas y literarias, sus afectos por cineastas y películas de renombre, así como sus tesis personales sobre el significado existencial de cualquier libro.
"Al calor de las copas, Gabriel llegó en varias ocasiones a los golpes con sus amigos por desavenencias de opinión. Nada que un apretón de manos y un abrazo a la mañana siguiente, no pudieran arreglar", aclaró.
La revista "Mito" marcó un antes y un después en el periodismo colombiano y también en la vida de García Márquez, quien se animó a publicar un capítulo de "La hojarasca" en uno de los números.
Al poco tiempo ganaría gracias al texto el primer reconocimiento de su vida, el de la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia. A partir de entonces su nombre comenzó a ser reconocido como el de un periodista que también era escritor, y viceversa.
García Márquez decidió poco después viajar a París para instalarse de lleno en la vida artística e intelectual.
"Según llegó a confesar a sus amigos, en aquella ciudad comía o medio comía sólo una vez al día. Sin embargo, el hambre y las penurias económicas no le impidieron escribir `La mala hora', que años más tarde tendría una gran influencia en la composición de `El coronel no tiene quien le escriba'", expuso.
García Márquez recorrió Europa con una visión crítica, anotó al recordar que en una ocasión declaró: "el espíritu joven de América Latina latía en mi alma como el corazón de un cancerbero".
En tal afirmación hacía una comparación con lo "polvoso, herrumbrado y decadente de muchos perfiles del Viejo Continente. Esta visión la expresó claramente durante su ya célebre discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura", indicó Karmooch.
Del libro que elabora, aseguró que es un acercamiento biográfico y ensayístico a uno de los personajes más notables de la literatura y de los movimientos latinoamericanos.
"Puedo decir que está realizado con el respeto y la minuciosidad, cual si el propio Gabo me hubiese recibido en su casa para charlar durante horas de sus andanzas", subrayó.
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