http://tennisbquilla.blogspot.com/2005/11/circuito-local-y-seleccin.html
Muy ligado a Don Mario Zappenfeldt Jr, se transformo en soporte invaluable en la organización del torneo de tenis “Ciudad de Barranquilla”, llamado en su época con toda justicia el “Pequeño Wimbledon Suramericano”. Su vieja afición al tenis desde los días en que participaba en las macabiadas alemanas de la década de los 30, solo impulsaba a servir de mentor de los muchachos que recién le tomaban el gusto al “deporte blanco”.
Su hogar, un altar donde se reverenciaba la convivencia y se cultivaba el amor no solo a la familia sino al genero humano, a pesar de los golpes sufridos años atrás y de los que nunca se recuperaría completamente. Quizás fue esa una de las razones por las que nunca sintio la menor inclinación o simpatía por la política. Amaba profundamente su tierra y amistades.
Jamás olvido sus contribuyentes culturales que lo hicieron sentirse tan alemán con el que mas. Nunca hizo referencia a su salida del suelo germano, como tampoco de la dolorosa y lacerante experiencia que significo para el la separación de sus familiares. Y, recuerdan los parientes, cuando lo intentaba, la lagrimas resbalaban por sus mejillas. Era un buen judío. Nunca fue fanático religioso pero, indudablemente, firme observante de las normas mosaicas.
Dejo a sus descendientes una solida educación formal y un caudal de directrices de carácter moral destinadas a perpetuar en ellos su memoria y hombría de bien.
Escribía Don Alfredo de la Espriella El Heraldo 16-XII-94 en su articulo intitulado “In Memoriam”, lo siguiente: “Hombre de hogar, esposo y padre amantísimo, ceñido a la ortodoxia de principios, con la persuasión y elegancia que demandaba su carácter, el sencillo proceder de sus actos y palabras, siempre en tono menor cual justificaba el lenguaje de su amistad y confidencias. Discreción peculiar de su manera de ser. Afabilidad natural de su manera de compartir”.
Don Darío Álvarez Londoño avala con su firma El Heraldo 23-1-1995 las siguientes apreciaciones al hacer referencia a los extranjeros que hicieron de Barranquilla una cuidad grande e industriosa, entre ellos Don Carlos Kalusin, Don Alfredo Steckerl, Don Roberto Caridi: “Ojala, que la Academia de Historia que el Dr. Llinas dirige con estupenda maestría reviva a los merecimientos de estos ciudadanos y haga memoria de sus virtudes y de la gratitud que merecen.”
Don Carlos Kalusin se caso con Doña Sarah Goldberg, nacida en la ciudad de Nueva Cork, su principal soporte en la vida y de cuya función nacieron sus dos hijas, Linda y Anita.
Linda esta casada con Don Moisés Szteimberg y sus dos hijos son Francine y Alan.
Anita se caso con Bruce Brown y tienen dos hijos, Laura y Eric.
Don Carlos, el excelente y magnifico padre renovó el amor a su familia en sus pequeños nietos, por quienes tuvo una gran devoción, convirtiéndose en el modelo de abuelo que todo niño aspira tener. El afecto por los vástagos de sus hijas, inconmensurable, a los que demostró permanentemente su paternal cariño.
Don Carlos se transmuto en el paradigma de quienes desean alcanzar una vida ejemplar, plena de satisfacciones espirituales y materiales. Convirtiese en gestor de importantes obras en la comunidad judía local, que le merecieron el imperecedero agradecimiento de sus correligionarios.
La migración judía de entonces, siempre basada en el complejo fenómeno que involucraba las inconmovibles variables económicas, étnicas y religiosas, convirtió a Don Koper Kovalski en otro miembro de la gran cofradía de inconformes desplazados que tuvieron que emigrar buscando nuevos horizontes.
Igual a muchos, los nativos de la Rusia Blanca emigraron masivamente hacia Liberia, países de Europa, y las tres grandes zonas territoriales del continente americano. Se calcula en un millón quinientos mil, el numero de personas que salieron de la Rusia Blanca para no retornar jamás, entre los años de 1896 y 1915.
Para comienzos de siglo ya habían asentamientos significativos de fieles de la religión mosaica en Argentina, Costa Rica, Cuba y desde luego, Estados Unidos. Las islas de las Antillas tenían una población notable de judíos de la congregación sefaradi, diseminados en esa área caribeña.
Muy ligado a Don Mario Zappenfeldt Jr, se transformo en soporte invaluable en la organización del torneo de tenis “Ciudad de Barranquilla”, llamado en su época con toda justicia el “Pequeño Wimbledon Suramericano”. Su vieja afición al tenis desde los días en que participaba en las macabiadas alemanas de la década de los 30, solo impulsaba a servir de mentor de los muchachos que recién le tomaban el gusto al “deporte blanco”.
Su hogar, un altar donde se reverenciaba la convivencia y se cultivaba el amor no solo a la familia sino al genero humano, a pesar de los golpes sufridos años atrás y de los que nunca se recuperaría completamente. Quizás fue esa una de las razones por las que nunca sintio la menor inclinación o simpatía por la política. Amaba profundamente su tierra y amistades.
Jamás olvido sus contribuyentes culturales que lo hicieron sentirse tan alemán con el que mas. Nunca hizo referencia a su salida del suelo germano, como tampoco de la dolorosa y lacerante experiencia que significo para el la separación de sus familiares. Y, recuerdan los parientes, cuando lo intentaba, la lagrimas resbalaban por sus mejillas. Era un buen judío. Nunca fue fanático religioso pero, indudablemente, firme observante de las normas mosaicas.
Dejo a sus descendientes una solida educación formal y un caudal de directrices de carácter moral destinadas a perpetuar en ellos su memoria y hombría de bien.
Escribía Don Alfredo de la Espriella El Heraldo 16-XII-94 en su articulo intitulado “In Memoriam”, lo siguiente: “Hombre de hogar, esposo y padre amantísimo, ceñido a la ortodoxia de principios, con la persuasión y elegancia que demandaba su carácter, el sencillo proceder de sus actos y palabras, siempre en tono menor cual justificaba el lenguaje de su amistad y confidencias. Discreción peculiar de su manera de ser. Afabilidad natural de su manera de compartir”.
Don Darío Álvarez Londoño avala con su firma El Heraldo 23-1-1995 las siguientes apreciaciones al hacer referencia a los extranjeros que hicieron de Barranquilla una cuidad grande e industriosa, entre ellos Don Carlos Kalusin, Don Alfredo Steckerl, Don Roberto Caridi: “Ojala, que la Academia de Historia que el Dr. Llinas dirige con estupenda maestría reviva a los merecimientos de estos ciudadanos y haga memoria de sus virtudes y de la gratitud que merecen.”
Don Carlos Kalusin se caso con Doña Sarah Goldberg, nacida en la ciudad de Nueva Cork, su principal soporte en la vida y de cuya función nacieron sus dos hijas, Linda y Anita.
Linda esta casada con Don Moisés Szteimberg y sus dos hijos son Francine y Alan.
Anita se caso con Bruce Brown y tienen dos hijos, Laura y Eric.
Don Carlos, el excelente y magnifico padre renovó el amor a su familia en sus pequeños nietos, por quienes tuvo una gran devoción, convirtiéndose en el modelo de abuelo que todo niño aspira tener. El afecto por los vástagos de sus hijas, inconmensurable, a los que demostró permanentemente su paternal cariño.
Don Carlos se transmuto en el paradigma de quienes desean alcanzar una vida ejemplar, plena de satisfacciones espirituales y materiales. Convirtiese en gestor de importantes obras en la comunidad judía local, que le merecieron el imperecedero agradecimiento de sus correligionarios.
La migración judía de entonces, siempre basada en el complejo fenómeno que involucraba las inconmovibles variables económicas, étnicas y religiosas, convirtió a Don Koper Kovalski en otro miembro de la gran cofradía de inconformes desplazados que tuvieron que emigrar buscando nuevos horizontes.
Igual a muchos, los nativos de la Rusia Blanca emigraron masivamente hacia Liberia, países de Europa, y las tres grandes zonas territoriales del continente americano. Se calcula en un millón quinientos mil, el numero de personas que salieron de la Rusia Blanca para no retornar jamás, entre los años de 1896 y 1915.
Para comienzos de siglo ya habían asentamientos significativos de fieles de la religión mosaica en Argentina, Costa Rica, Cuba y desde luego, Estados Unidos. Las islas de las Antillas tenían una población notable de judíos de la congregación sefaradi, diseminados en esa área caribeña.
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