PREGONEROS
Se tratan aspectos de la vida cotidiana de la costa caribe. Su ambiente de fiesta y alegría, el modo de ser y sus raíces, el vocabulario y algunos de los más utilizados giros en el lenguaje, la deliciosa y variada cocina junto con las características de los hogares y la religiosidad.
Fotografía archivo El Colombiano
Dolcey Romero Jaramillo: Licenciado en Ciencias Sociales, Magister en Historia de Colombia, Profesor Universidad Simón Bolívar. Oliverio del Villar Sierra: Historiador, geógrafo, periodista y poeta. Investigador de culturas indígenas.
LA VIDA, una gran fiesta
Alegría vital y espíritu festivo, bullicio y antisolemnidad, son rasgos de los caribeños colombianos, fruto de la amalgama de razas en la que la negra hace un gran aporte.
Con posterioridad a la conquista española fueron muchos los habitantes que lograron vivir con cierta autonomía y libertad, a pesar de los esfuerzos de las autoridades españolas por mantener unos fuertes controles sociales y morales. Así proliferaron caseríos y sitios de arrochelados en donde negros libres, indios, blancos pobres, mulatos, zambos y mestizos vivían sin la presencia y el dominio directo de la corona española.
Las autoridades civiles y eclesiásticas se quejaban insistentemente en los informes que enviaban a la corona de las costumbres de los arrochelados. Fue el obispo de Cartagena quien a finales del siglo XVIII recorrió la provincia con el propósito de conocer y llevarle pasto espiritual a sus ovejas pues las encontraba en una universal relajación y corrupción de costumbres.
El obispo llamaba la atención de las autoridades para que se prohibieran los bailes que vulgarmente llaman bundes. Según su criterio eran la causa del poco interés que los costeños de la época tenían por la religión. Además consideraba, al igual que otras personas, que con estas fiestas se ofendía a Dios.
No obstante las prohibiciones las fiestas continuaron, con los cambios que trajo la Independencia algunas de ellas se institucionalizaron incluso al lado de las religiosas. Los fandangos, cumbiambas y varas de premio siempre están presentes en las fiestas religiosas costeñas.
La alegría desbordante del costeño se cristaliza en las festividades de cada lugar. Algunas concitan el interés del país y del exterior y son consideradas regionales por su importancia: el Carnaval de Barranquilla, el 11 de noviembre de Cartagena, el 20 de enero en Sincelejo, el Festival Vallenato en Valledupar, la Fiesta del Mar en Santa Marta, la Feria de la Ganadería en Montería y el Reinado del Dividivi en Rioahacha.
Las patronales operan en cada municipio, y hay otras más sugestivas como las del mango, la ciruela, la arepa de huevo, la del burro.
Los festivales por su parte se empeñan en mantener vivo el folclor. En San Pelayo está el del Porro, el de la Gaita en Ovejas, el de la Cumbia en el Banco. Niños, adolescentes y ancianos bailando, cantando o tocando en el carnaval y los festivales, reafirman y sintetizan el quehacer fiestero y rumbero del costeño. Cuando suenan el tambor, la gaita, la flauta de millo, suena el alma costeña.
¡AY OMBE!
El festival vallenato, además de concurso musical, es una de las fiestas más significativas de la Costa. En él se enfrentan los acordeoneros de la región con su única arma, el acordeón, acompañada de la caja y la guacharaca. Pero no es sólo concurso de acordeón: También lo es de la canción inédita y de piquería o versadores que constituyen todo un despliegue de creatividad. Su origen se corresponde con el nacimiento del departamento del Cesar siendo su primer ganador el Negro Grande de Colombia, el inmortal e insuperable Alejandro Durán en 1968. Pero el vallenato mismo no nace con la llegada del acordeón a nuestras costas procedente de Europa a finales del siglo XIX. Esta importante expresión musical triétnica hunde sus raíces en la fusión temprana de la gaita indígena y el tambor africano, Expandir la tradición musical vallenata y conservar su autenticidad ha sido el porpósito esencial del festival. Se ha conseguido parcialmente pues si bien el vallenato se escucha y se baila en todo el país, con la comercialización se ha ido perdiendo su autenticidad.
ELITE Y BARBIES
El 11 de noviembre de 1811, Cartagena se constituyó en la primera provincia de nuestro país en declarar la independencia absoluta de España. Este acontecimiento tan simbólico en la historia costeña, inexplicablemente es conmemorado desde 1934 con un reinado nacional de belleza. El concurso nubla el significado de la independencia cartagenera. A nadie ya le interesa el 11 de noviembre como fecha histórica sino como espacio para poder admirar las concursantes quienes más ignoran el sentido de ese día.
Es, además, la más elitista de las fiestas costeñas: los eventos más importantes se realizan en clubes de la aristocracia cartagenera que todavía defiende la presencia en sus costumbres del señorío español. Entre tanto, y en el mejor de los casos, el pueblo sólo ve a las barbies colombianas por televisión, al igual que los habitantes de Puerto Leticia o el Putumayo. Poco espacio queda para la promoción del folclor costeño y la cultura popular en su conjunto.
EL CARNAVAL Y EL RÍO
Los pueblos y ciudades que en dirección occidental y oriental se levantan en el tramo de la llanura del Caribe bañada por el río Magdalena, pueden considerarse como el área carnestoléndica del Caribe colombiano.
En Barranquilla se realiza el carnaval más conocido de la región —parece ser que su inicio oficial fue en 1876. Es el producto de la influencia del carnaval rural que ya desde el siglo XVIII se daba en Tamalameque, el Banco, Plato, Mompox, Mangangué, Santa Marta. De allí llegaron a Barranquilla las danzas de los Pájaros y la del Torito entre otras. Su origen se liga también a las celebraciones que se realizaban en Cartagena con motivo del día de San Sebastián. El santo tuvo que soportar en vida sufrimientos parecidos a los del hombre negro y esa identidad en el sufrimiento terreno llevó al hombre negro, aculturado cristianamente, a ver en San Sebastián su redentor de los tormentos causados por la esclavitud.
La celebración se realizaba en la Popa el 20 de enero: aparecían por las calles los hombres negros con sus tambores, danzando y bailando con sus atuendos de acuerdo al cabildo al que pertenecieran. Los cabildos más importantes eran los mandingas, caravalíes y congos, y para esta celebración cada uno elegía sus reyes. Recordando las costumbres de la lejana madre africana, los danzarines se cubrían con pieles de animales, se colocaban rodetes con plumas en la cabeza, se pintaban el cuerpo y bailaban recorriendo las calles sable en mano simulando combates entre los cabildos al son del tambor.
Un cuarto de siglo después de la abolición de la esclavitud, en 1876, Barranquilla empezó a mostrar el tesoro de las tradiciones que sus emigrantes habían transportado en el baúl de su cultura desde Santa Marta y Cartagena.
El Carnaval de Barranquilla es sin lugar a dudas la expresión de alegría colectiva mas intensa y el acontecimiento folclórico por excelencia en el que se muestra la triétnicidad cultural de nuestro país. La vida es imposible sin la alegría. Para el costeño es una gran fiesta en la que el, tiempo y el espacio están ahí para encontrarse con sus valores culturales. Un campesino lleno de orgullo e identidad cultural decía en el festival de gaitas de Ovejas: un par de gaitas y un tambor compadre, son suficientes para llenar de alegría el mundo entero.
Se tratan aspectos de la vida cotidiana de la costa caribe. Su ambiente de fiesta y alegría, el modo de ser y sus raíces, el vocabulario y algunos de los más utilizados giros en el lenguaje, la deliciosa y variada cocina junto con las características de los hogares y la religiosidad.
Fotografía archivo El Colombiano
Dolcey Romero Jaramillo: Licenciado en Ciencias Sociales, Magister en Historia de Colombia, Profesor Universidad Simón Bolívar. Oliverio del Villar Sierra: Historiador, geógrafo, periodista y poeta. Investigador de culturas indígenas.
LA VIDA, una gran fiesta
Alegría vital y espíritu festivo, bullicio y antisolemnidad, son rasgos de los caribeños colombianos, fruto de la amalgama de razas en la que la negra hace un gran aporte.
Con posterioridad a la conquista española fueron muchos los habitantes que lograron vivir con cierta autonomía y libertad, a pesar de los esfuerzos de las autoridades españolas por mantener unos fuertes controles sociales y morales. Así proliferaron caseríos y sitios de arrochelados en donde negros libres, indios, blancos pobres, mulatos, zambos y mestizos vivían sin la presencia y el dominio directo de la corona española.
Las autoridades civiles y eclesiásticas se quejaban insistentemente en los informes que enviaban a la corona de las costumbres de los arrochelados. Fue el obispo de Cartagena quien a finales del siglo XVIII recorrió la provincia con el propósito de conocer y llevarle pasto espiritual a sus ovejas pues las encontraba en una universal relajación y corrupción de costumbres.
El obispo llamaba la atención de las autoridades para que se prohibieran los bailes que vulgarmente llaman bundes. Según su criterio eran la causa del poco interés que los costeños de la época tenían por la religión. Además consideraba, al igual que otras personas, que con estas fiestas se ofendía a Dios.
No obstante las prohibiciones las fiestas continuaron, con los cambios que trajo la Independencia algunas de ellas se institucionalizaron incluso al lado de las religiosas. Los fandangos, cumbiambas y varas de premio siempre están presentes en las fiestas religiosas costeñas.
La alegría desbordante del costeño se cristaliza en las festividades de cada lugar. Algunas concitan el interés del país y del exterior y son consideradas regionales por su importancia: el Carnaval de Barranquilla, el 11 de noviembre de Cartagena, el 20 de enero en Sincelejo, el Festival Vallenato en Valledupar, la Fiesta del Mar en Santa Marta, la Feria de la Ganadería en Montería y el Reinado del Dividivi en Rioahacha.
Las patronales operan en cada municipio, y hay otras más sugestivas como las del mango, la ciruela, la arepa de huevo, la del burro.
Los festivales por su parte se empeñan en mantener vivo el folclor. En San Pelayo está el del Porro, el de la Gaita en Ovejas, el de la Cumbia en el Banco. Niños, adolescentes y ancianos bailando, cantando o tocando en el carnaval y los festivales, reafirman y sintetizan el quehacer fiestero y rumbero del costeño. Cuando suenan el tambor, la gaita, la flauta de millo, suena el alma costeña.
¡AY OMBE!
El festival vallenato, además de concurso musical, es una de las fiestas más significativas de la Costa. En él se enfrentan los acordeoneros de la región con su única arma, el acordeón, acompañada de la caja y la guacharaca. Pero no es sólo concurso de acordeón: También lo es de la canción inédita y de piquería o versadores que constituyen todo un despliegue de creatividad. Su origen se corresponde con el nacimiento del departamento del Cesar siendo su primer ganador el Negro Grande de Colombia, el inmortal e insuperable Alejandro Durán en 1968. Pero el vallenato mismo no nace con la llegada del acordeón a nuestras costas procedente de Europa a finales del siglo XIX. Esta importante expresión musical triétnica hunde sus raíces en la fusión temprana de la gaita indígena y el tambor africano, Expandir la tradición musical vallenata y conservar su autenticidad ha sido el porpósito esencial del festival. Se ha conseguido parcialmente pues si bien el vallenato se escucha y se baila en todo el país, con la comercialización se ha ido perdiendo su autenticidad.
ELITE Y BARBIES
El 11 de noviembre de 1811, Cartagena se constituyó en la primera provincia de nuestro país en declarar la independencia absoluta de España. Este acontecimiento tan simbólico en la historia costeña, inexplicablemente es conmemorado desde 1934 con un reinado nacional de belleza. El concurso nubla el significado de la independencia cartagenera. A nadie ya le interesa el 11 de noviembre como fecha histórica sino como espacio para poder admirar las concursantes quienes más ignoran el sentido de ese día.
Es, además, la más elitista de las fiestas costeñas: los eventos más importantes se realizan en clubes de la aristocracia cartagenera que todavía defiende la presencia en sus costumbres del señorío español. Entre tanto, y en el mejor de los casos, el pueblo sólo ve a las barbies colombianas por televisión, al igual que los habitantes de Puerto Leticia o el Putumayo. Poco espacio queda para la promoción del folclor costeño y la cultura popular en su conjunto.
EL CARNAVAL Y EL RÍO
Los pueblos y ciudades que en dirección occidental y oriental se levantan en el tramo de la llanura del Caribe bañada por el río Magdalena, pueden considerarse como el área carnestoléndica del Caribe colombiano.
En Barranquilla se realiza el carnaval más conocido de la región —parece ser que su inicio oficial fue en 1876. Es el producto de la influencia del carnaval rural que ya desde el siglo XVIII se daba en Tamalameque, el Banco, Plato, Mompox, Mangangué, Santa Marta. De allí llegaron a Barranquilla las danzas de los Pájaros y la del Torito entre otras. Su origen se liga también a las celebraciones que se realizaban en Cartagena con motivo del día de San Sebastián. El santo tuvo que soportar en vida sufrimientos parecidos a los del hombre negro y esa identidad en el sufrimiento terreno llevó al hombre negro, aculturado cristianamente, a ver en San Sebastián su redentor de los tormentos causados por la esclavitud.
La celebración se realizaba en la Popa el 20 de enero: aparecían por las calles los hombres negros con sus tambores, danzando y bailando con sus atuendos de acuerdo al cabildo al que pertenecieran. Los cabildos más importantes eran los mandingas, caravalíes y congos, y para esta celebración cada uno elegía sus reyes. Recordando las costumbres de la lejana madre africana, los danzarines se cubrían con pieles de animales, se colocaban rodetes con plumas en la cabeza, se pintaban el cuerpo y bailaban recorriendo las calles sable en mano simulando combates entre los cabildos al son del tambor.
Un cuarto de siglo después de la abolición de la esclavitud, en 1876, Barranquilla empezó a mostrar el tesoro de las tradiciones que sus emigrantes habían transportado en el baúl de su cultura desde Santa Marta y Cartagena.
El Carnaval de Barranquilla es sin lugar a dudas la expresión de alegría colectiva mas intensa y el acontecimiento folclórico por excelencia en el que se muestra la triétnicidad cultural de nuestro país. La vida es imposible sin la alegría. Para el costeño es una gran fiesta en la que el, tiempo y el espacio están ahí para encontrarse con sus valores culturales. Un campesino lleno de orgullo e identidad cultural decía en el festival de gaitas de Ovejas: un par de gaitas y un tambor compadre, son suficientes para llenar de alegría el mundo entero.
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