Como puede apreciarse a simple vista, la historia del Atlántico se funde, casi se confunde, con la de Barranquilla, y ambas forman una unidad compacta, un conjunto universal, en el que es posible detectar el todo en cada una de sus partes. Así, por ejemplo, en el plano de la cultura, el Carnaval de Barranquilla, patrimonio oral e intangible de la humanidad, aglutina la ricas manifestaciones culturales de los municipios, pero también ocurre a la inversa: la ciudad se proyecta en el folclor de los pueblos que giran en su orbita como danzantes disfrazados de planetas en una comparsa cósmica.
La urbe y el territorio se fusionan hasta el punto que, volviendo a la historia, en 1908 se rebautizo el Atlántico como Departamento de Barranquilla. Por ultimo, en 1910, adopto en definitiva el apellido Atlántico que, como decíamos al principio, nos vincula de modo muy profundo con nuestra vocación marina. Así mismo, el devenir histórico de la ciudad ha estado unido, en forma inexorable, ala bitácora del desarrollo del país. Cuando la patria se asoma temerosa al mercado mundial, en los albores del siglo XX, Barranquilla se perfila como Puerta de Oro de Colombia. En 1915, cuando las grandes potencias participan en la Primera Guerra Mundial, el presidente José Vicente Concha, ordena la construcción del edificio de la Aduana de Barranquilla, donde habrían de llegar los ecos de ese mundo en ebullición. Seis años después, el imponente estilo republicano de la obra, debida al arquitecto ingles Leslie Arbouin, llenaría de justo orgullo a los barranquilleros porque ellos sabían que su ecléctica belleza era un símbolo de la unión de la ciudad con el mundo.
Por cierto, el 3 de Octubre de 1921, cuando se inauguro la Aduana, el presidente poeta Marco Fidel Suárez llamo a Barranquilla el “Pórtico Dorado de la Republica”, metáfora que seria simplificada años mas tarde por Mariano Ospina Pérez. Eran en verdad los años dorados de la urbe, o l menos eso quiere la leyenda. Cuando Kart C. Parrish crea, con Manuel J. de la Rosa, la urbanizadora El Prado, que habría de construir el barrio del mismo nombre, en las fachadas de cuyas casas encantadoras, en buena hora declaradas patrimonio arquitectónico, los barranquilleros amamos contemplar una de las mejores fotografías de nuestra historia.
Ese periodo, que abarca las dos primeras décadas del siglo XX, se centra en la figura de Parrish, quien consigue con el Trust Company de Chicago un préstamo de cuatro millones de dólares, pagaderos a veinte años, para construir el acueducto de Barranquilla y conformar las Empresas Publicas Municipales. En 1924, como representante del Banco, llego a la ciudad el legendario Samuel Hollopeter, quien encarna durante dos décadas un ejemplo de organización y eficiencia en el manejo de la cosa publica, lo que habría de terminar cuando los políticos, a la partida de Hollopeter, se hicieron cargo de las Empresas Publicas hasta acabar destruyéndolas en los años sesenta. Pero esa s otra historia.
El esplendor que conoció la ciudad al despuntar el siglo XX no fue solo económico; la actividad cultural fue también reveladora de una rica dinámica social. En 1905, el año de la creación del departamento, se funda el Centro Artístico, que opera desde el famoso Teatro Emiliano sede a su vez de la primera escuela de música, predecesora de la que funcionaria en Bellas Artes a partir de la década de los treinta. En el teatro Apolo castañeaban las zarzuelas mientras no menos de diez periódicos se imprimían en la ciudad y, entre 1917 y 1920, se publicaba la memorable revista voces. Julio Enrique Blanco traducía a Kant y José Félix Fuenmayor escribía Cosme mientras Miguel Rash Isla concebía unos versos quizás demasiado eróticos para su poca.
Esta eclosión inicial de los veinte habrá de repetirse, acaso con mayor brillo, treinta años después, cuando unos muchachos ávidos de conocimiento y de vida, se encuentran en la Librería Mundo y, un poco después, en los reveladores salones de la Cueva donde el placer de vivir se goza en cada letra y con cada trazo de pintura, para encontrar, quizás con la ayuda de William Faulkner y Ernest Hemingway, sus propios caminos desde el mar Caribe y mas allá, donde termina el Atlántico.
Océano y Departamento, Atlántico es también un sentimiento del compositor soledeño Francisco Pacho Galán, que lo transformo en pieza instrumental inolvidable y lo anexo sin apuros a la maravillosa selección de obras que, como Lamento Náufrago, La Pollera Colorá o Te Olvidé; han alimentado desde tiempo atrás nuestra identidad caribe.
Atlántico es hoy también la música poética de Shakira, la versatilidad y la digitación prodigiosa de Aníbal Velásquez, la inspiración de directores como Pedro Biava o de compositores como Esther Forero y Rafael Campo Miranda; la originalidad vocal de Alci Acosta, la tradición de Antonio Maria Peñaloza, Alejandrina Matute y otros músicos del Son de Negro, la calidad de Chelito de Castro y Jorge Fadul, la sapiencia de Juventino Ojito y las voces legendarias de Luis Carlos Meyer y Carmencito Pernett, para citar de último al gran Joe Arroyo.
La lista podrá siempre reducirse o alargarse. El coterráneo acucioso tendrá ya más de un nombre, para enriquecerla, en la punta de la lengua. ¿Cómo olvidar a Eduardo Cabas o a Alfonso de la Espriella? Tal vez este apenas el crítico reconociendo a regañadientes el merecido lugar de nonatos barranquilleros como Peñaloza, los hermanos Piña o el mismo Joe. Curioso pero, en su grande o pequeño universo, este individuo tendrá también razón. Si la lista fuera completa, no representativa, tendrían que figurar aquí como ahora ipso facto figuran el olvidado director de orquesta Al Escobar, el cantante internacional Nelson Pinedo, un vocalista rompe records como Rodolfo Aycardi, virtuosos interpretes del jazz como Simón Char y, de nuestra música rock, como León Bruno.
También el deporte del Atlántico ha dado nombres que nos permiten valorarlo cada vez mas, como los de Helmuth Bellingrodt, medallista olímpico en tiro; Edgar Rentería, estrella del béisbol norteamericano, el campeón de boxeo Mambazo Pacheco, la ajedrecista Isolina Majal, así como Efraim Caimán Sánchez, Marcos Coll, Antonio Rada, Fernando Fiorillo, Iván Rene Valenciano y todas las glorias del Júnior, el equipo local, penta campeón del fútbol nacional. El Atlántico ha producido diseñadoras de la talla de Silvia Tcherassi, Francesca Miranda, Amalia y Judy Hazbún, Claudia Abuchaibe y otras que se destacan en las pasarelas del mundo. Médicos especialistas como Antonio Iglesias y Cesar Carriazo; empresarios de éxito como Julio Mario Santo Domingo, los Hermanos Char Abdala y Samuel Azout.
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