Nuestros abuelos con apellidos 'raros'
Revista Credencial le siguió la pista a algunos de los antepasados de colombianos con apellidos poco comunes
Un amigo personal de Bismarck, un guerrero indígena que luchó contra la dominación partidista, un hombre que sobrevivió a los estragos de la Primera Guerra y a una plaga de langostas, otro que huyó del Holocausto, un banquero neoyorquino que envió a su hijo al trópico para buscar nuevos negocios, un ilusionista francés que llegó con un circo, un capitán de la legión polaca de Napoleón. Unos llegaron huyendo de los horrores de la guerra y la violencia en sus terruños, otros por ímpetu aventurero y explorador, algunos buscando nuevas oportunidades de negocio e inversión y unos más por simple circunstancia del momento. Otros no llegaron, estaban, pero fueron conquistados. Sin embargo, dentro del abanico de motivos de migración hay una verdad que sonroja: Colombia fue un país cerrado y clasista con los extranjeros que llegaron desde los tiempos de la Colonia hasta la segunda mitad del siglo XX. "Nuestro país no fue amable en su recepción y fue muy cerrado, contrario a lo que ocurrió en Venezuela, México, Brasil, Perú, Argentina o Chile", señala la cineasta Camila Loboguerrero, quien en 1996 produjo para Audiovisuales la serie documental Inmigrantes, sobre el ingreso de los españoles, alemanes, italianos, judíos, húngaros, árabes, japoneses y argentinos. "En 1938 a los judíos les cobraban 10.000 pesos por el visado (una fortuna para la época).
Pero lo más diciente es una circular de Luis López de Mesa, cuando ejercía como canciller, dirigida a la Embajada de Colombia en Bonn diciendo que se desestimara la inmigración de judíos a Colombia porque era una 'raza zalamera y pendenciera'", recalca Loboguerrero. En las postrimerías del siglo XIX, el Diccionario Ortográfico de Apellidos y Nombres Propios de Personas, cuya primera edición data de 1886, daba cuenta de 581 apellidos foráneos en esta República en ciernes. Una cifra que ya entonces mostraba el exiguo movimiento migratorio. "Hasta más o menos 1750 el ingreso a América, incluso para ciertos españoles era difícil. Debían llenar determinados requisitos y obtener permiso, como una especie de pasaporte y visa de hoy en día", explica el genealogista Luis Álvaro Gallo en su libro Inmigrantes a Colombia. Según él, salvo dos inmigraciones en grupo -la japonesa al Valle del Cauca tras las Primera Guerra, y la lituana después de la Segunda Guerra- los extranjeros que llegaron al país lo han hecho de forma individual, aun cuando su ingreso haya sido considerable como en el caso de los mal llamados turcos (libaneses, sirios, palestinos y otros árabes). Su conclusión es que en general ha sido un proceso a cuentagotas y anónimo. Sólo unos pocos estudiosos, como Fernando Restrepo -uno de los autores de la serie editorial Genealogías de Santafe de Bogotá- han rastreado ascendencias en parroquias y oficinas de registro civil.
Con el ánimo de conocer algunas de esas historias, REVISTA CREDENCIAL excavó en la memoria de algunos colombianos con apellidos extranjeros o poco comunes. Muchos tuvieron que aceptar traducciones apresuradas de sus nombres por el funcionario de turno, que no tenía el tiempo, el interés o las letras -porque miles de nombres originales eran en lenguas no latinas- para hacer la traducción correcta. Estos son sus testimonios. Emilio Yunis Turbay, médico genetista "Mis padres abandonaron su terruño por física hambre, esa es la verdad. Por efecto de la Gran Guerra, el Monte Líbano empezó a sentir, en 1915, las carencias, la hambruna, las enfermedades y, como si fuera poco, una plaga devastadora de langostas que arrasó los cultivos. Miles de libaneses murieron, pero inexplicablemente mi padre, Youssef Yidis, y mi mamá, Teffeja -que en árabe significa manzana- se salvaron. "Esa historia trágica de seres ausentes y desconocidos me impulsó a reconstruir mi árbol genealógico, insumo para mi libro Desde el púlpito nos acechan, nos oyen y nos hablan. Llegué a completar cinco generaciones en la familia de mi madre y siete en la de mi padre, casi 150 miembros. Fue así como descubrí que siete generaciones atrás, Antonios Yunis (Younes, por la influencia francesa) se estableció en Chatine, y nuestra rama familiar se bautizó beit Chatine, es decir, casa Chatine. "Mi padre fue uno de tantos aventureros. Arribó en 1925 a la costa norte atraído por un familiar que lo había precedido sin que existiera ninguna razón específica para afincarse. Tras allanar el camino se trajo a su desposada, mi "manzana", una adolescente que jugaba descalza por las otrora fértiles tierras libanesas que la guerra esterilizó. Mi abuelo era Yiris Saad Yunis, y lo usual, dadas las reglas de registro en Occidente, hubiera sido que al llegar el agente aduanero hubiera matriculado a mi padre con el patronímico Saad y no Yunis. No alcanzo a imaginar cómo sería la discusión de mi padre para preservar el Yunis, razón por la cual todos lo llevamos puesto a la manera occidental. La casa Chatine es la cuna de mis ancestros y el apellido Yunis figura desde los tiempos de Galileo... pero esa es otra historia que está lejos de ser plana." Alejandro De Lima, empresario. "Aunque mi primer apellido es de origen judío, muy posiblemente el De Lima provenga del río Limia, que fluye por Portugal y España.
Sé que los primeros ascendientes arribaron a las Antillas Holandesas, de donde unos partieron para Estados Unidos, otros para Brasil y algunos para Panamá. Hay miembros De Lima en Barranquilla, pero no tengo ninguna relación con ellos. "Por mi rama, el primero que llegó al país fue mi abuelo, Ernesto, en la década de los 20 del siglo pasado. Su padre, mi bisabuelo Elías, era un banquero de Nueva York, presidente y fundador del Battery Park National Bank, que en1923 se fusionó con Bank of America. Un día le dijo a mi abuelo que aprovechando su interés por aprender español y sus contactos con la familia Eder -su esposa era pariente de Santiago Eder, fundador del ingenio Manuelita-, viajara a Colombia para buscar nuevos mercados de crédito, además de cobrar las deudas que tenían algunas compañías con su banco. "Llegó hasta tierras vallecaucanas en un barco que atracó en Buenaventura, un tren que se varó camino a La Cumbre y una mula que completó la hazaña. Su impresión del paisaje y la cultura la describió en su libro The Devil is Wiser. De hecho, adquirió una finca de 100 fanegadas a orillas del río Cañaveralejo. "Vivió en Costa Rica unos años, se divorció y tiempo después se casó con mi abuela, Olivia LeFrak, una costarricense de origen francés. Pero Colombia quedó rondando en su mente hasta que en 1931 se descubrieron en su finca algunas minas de carbón. Entonces regresó para hacerse cargo de una promisoria empresa y fue bien acogido por la comunidad caleña. Lo conocían como el gringo, pero la verdad es que era un gringo muy 'platanizado'". Jesús Piñacué Achicué, senador indígena "Según la mitología, nosotros resultamos de un acto de enamoramiento entre las estrellas y las aguas de las lagunas, pues estrella se dice Aaah y Pen equivale a otro, entonces Penaah kwe sería otra estrella.
La explicación funcional está atada al significado de las palabras en lengua Nasa Yuwe: Piñacué viene de Pnxah, que significa los que marchan en el centro. Estos miembros tenían una misión por la cual había que protegerlos, y por eso siempre iban en el centro. Entre tanto, Achicué proviene de Açxa, que es caliente, y de ahí que fueran reconocidos por su bravura, su beligerancia, su sangre caliente. Eran los guerreros, los protectores. "Nuestras identidades empezaron a ser castellanizadas desde 1613, cuando los colonizadores determinaron que nosotros, los hombres del maíz, estaríamos tutelados por los soldados de Cristo. Desde entonces nuestros nombres fueron registrados en las parroquias con las letras y los modismos que el español permitía acomodar. "Hoy, los Piñacué y los Achicué no pasamos de la centena dentro de la familia Nasa, pero además de nuestras costumbres y visiones atávicas, lo que resulta característico en todos los miembros de la comunidad es que todos tenemos el diminutivo kwe al final de nuestros nombres, y que es un diminutivo de aprecio". Piedad Bonnett, escritora "Del antepasado más remoto del que oyó hablar mi padre fue de un ilusionista francés -'El gran pájaro', se hacía llamar- que llegó con un circo a mediados del siglo XIX a Amalfi muy probablemente después de bajar por el Magdalena hasta Puerto Berrío, y de allí a mi pueblo, después de varias jornadas a caballo. "De ese personaje desciende mi bisabuelo, Jesús Bonnett (apellido al que alguno por el camino le agregó una t, pues en el sur de Francia es frecuente el Bonnet), hombre de muy buena estampa, alto, rubicundo y al que la gente apodaba el Coronel Bonito, el mismo que todas las tardes se sentaba en un taburete al frente de su casa. El título de coronel se lo debió ganar en las guerras civiles, en las que se sabe que participó por el partido Conservador. Derrotado por los liberales al mando de un militar de apellido Uribe, éste le dio ¡el pueblo por cárcel! Se enamoró de la hija de su enemigo, se casó con ella y de él desciende mi abuelo, Antonio Bonnett Uribe, maestro y hombre muy ingenioso, que llevó algunas de las primeras películas a Amalfi. Además, construía topo tipo de aparatos, entre ellos, mimeógrafos y radios. También doraba metales, armaba relojes e incluso fabricó varios telares en los cuales hizo telas a las que dio un uso doméstico".
Hans Peter Knudsen, rector de la Universidad del Rosario "Mi apellido originalmente es danés, pero proviene de una región al norte de Alemania que antes hacía parte de Dinamarca. El primer Knudsen en Colombia fue mi padre, quien llegó en 1951 cuando tenía 21 años. Era un aventurero febril, simpático y desparpajado -muy lejos del esteriotipo alemán- que creció escuchando las historias de su mamá acerca de lo feliz que había sido su infancia en Guatemala, donde había crecido en una hacienda cafetera guatemalteca. Siempre añoró el espíritu y la visión latina de la vida, y los transmitió a sus tres hijos. Mi padre sintió una especial atracción por Latinoamérica y eso lo impulsó a venirse como fuera. "Un hermano de mi abuela llamado Joaquín Goebel había llegado a Colombia, donde terminó involucrado con las familias Pombo y Pfeil-Schneider, que trajeron la representación de la Mercedes Benz al país. Después de vivir aquí, Joaquín llegó a Hamburgo de visita luciendo un carro blanco convertible que se robó todas las miradas, y en tiempos de posguerra y tanta pobreza, su éxito inspiraba. Fue cuando mi padre -quien tenía conocimientos de ingeniería mecánica- le pidió su ayuda para venir a Colombia, y gracias a él logró un contrato de un año para trabajar con la legendaria marca alemana. "Por inquieto y alocado no le renovaron el contrato, pero eso no le impidió quedarse, casarse y formar un hogar. Fueron momentos duros en los que para sobrevivir tuvo que tocar piano en las noches, hasta que se asoció con un austriaco judío y formó una empresa de representación de los productos de impresión Rex Rotary". José Clopatofsky, periodista "El primer Clopatofsky en Colombia fue mi chozno Antonio Klopotowski Stephan. Nació en Oppeln, provincia de Possen, y vivió en suelo polaco hasta que, por sus intervenciones en la revolución iniciada en 1830, tuvo que huir a América junto con sus hermanos Pablo y José. Los tres llegaron en 1847 en calidad de exiliados políticos por sus actividades en pro de la independencia. Pablo y José se establecieron en el departamento de Tolima y se dedicaron a labores agrícolas, mientras que Antonio se asentó en Bogotá, donde creó una próspera industria maderera y de ebanistería.
De hecho, importó uno de los primeros equipos para aserrar y tallar que se conocieron en Colombia. Tuvo dos hijos: Carlos, mi bisabuelo, y Antonio, quien aburrido de que escribieran mal su apellido optó por modificarlo conforme a la pronunciación dejándolo de la forma como se conoce actualmente, Clopatofsky. "Antonio fue arquitecto y pintor. Diseñó los planos de reforma del Capitolio Nacional de Bogotá -a finales del siglo XIX- y estuvo a cargo de la decoración del Teatro Colón y de la cúpula de la desaparecida Iglesia de Santo Domingo. Entre tanto, mi bisabuelo ejerció como un reputado ginecólogo que estudió en París y se casó allí con Marie Guinard Lombart. Pero antes tuvo que pedir permiso a su padre, quien en 1886 juramentó ante un notario lo siguiente: ... 'doy mi consentimiento para que mi hijo, médico y cirujano de profesión, a quien conozco, contraiga matrimonio con la persona que él escoja por esposa siempre y cuando vengan a vivir a Bogotá'. Así consta en un documento con sello del arzobispado de Bogotá, reliquia que reposa en mi casa junto con un baúl y un espejo neobarroco de doña Marie Guinard". Jorge y Mark Rausch "El primer Rausch en Colombia fue nuestro abuelo Walter, un judío oriundo de Viena que llegó, en 1941, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Desde muy joven se hizo peletero, se fue a vivir a París y allí conoció a nuestra abuela, también vienesa y peletera y quien contó con suerte de haber sido enviada por sus padres a Francia, pues toda su familia murió en el Holocausto. Para evitar las primeras persecuciones, el abuelo decidió enrolarse en la Legión Extranjera, cuerpo multiétnico en el que muchos militaron para irse a África a trabajar o a defender las colonias. Sin embargo, se devolvió antes de lo previsto porque la situación en París ya era insostenible por la ocupación nazi. De hecho, nuestra abuela se salvó por segunda vez porque los alemanes fueron a buscarla a la casa mientras ella daba a luz en el hospital. "En el tren de regreso, mi abuelo pasó por varias estaciones controladas por el régimen y como tenía pinta de ario se hizo pasar por oficial de la Gestapo en una de ellas. Cuando se le acercó un oficial nazi y él lo saludó con el "¡Heil Hitler!". Llegó a París, se encontró con mi abuela y planearon su salida. El socio de mi abuelo era amigo del cónsul de Colombia, y a través de él lo contactaron y le pagaron las visas para viajar al país. ¿Por qué aquí? Por simple supervivencia; fue la oportunidad que se les presentó. "Primero salió el abuelo rumbo a Marsella y allí quedó de encontrarse con la abuela. Ella vendió todo y las monedas de oro producto de la venta las metió en unos tarros de mantequilla. Con un bebé de seis meses en brazos salió a gatas de París. Muchas madres se arrastraban por los pastizales que custodiaban los Nazis con pastores alemanes, y para evitar no ser descubiertas con el llanto de sus hijos les tapaban la boca tan fuerte que algunos morían ahogados. "Zarparon rumbo a una isla cercana a Cuba. Allí vivieron durante más de seis meses en un campo de refugiados hasta que consiguieron el barco para arribar a Colombia. Primero llegaron a Barranquilla, pero al poco tiempo migraron hacia Bogotá. Aquí empezaron vendiendo diferentes productos; sin embargo, retomaron la peletería y llegaron a tener los almacenes de pieles más prestigiosos de Bogotá hasta que el Bogotazo destruyó todo... pero esa es otra historia". Por Amira Abultaif Kadamani
Un amigo personal de Bismarck, un guerrero indígena que luchó contra la dominación partidista, un hombre que sobrevivió a los estragos de la Primera Guerra y a una plaga de langostas, otro que huyó del Holocausto, un banquero neoyorquino que envió a su hijo al trópico para buscar nuevos negocios, un ilusionista francés que llegó con un circo, un capitán de la legión polaca de Napoleón. Unos llegaron huyendo de los horrores de la guerra y la violencia en sus terruños, otros por ímpetu aventurero y explorador, algunos buscando nuevas oportunidades de negocio e inversión y unos más por simple circunstancia del momento. Otros no llegaron, estaban, pero fueron conquistados. Sin embargo, dentro del abanico de motivos de migración hay una verdad que sonroja: Colombia fue un país cerrado y clasista con los extranjeros que llegaron desde los tiempos de la Colonia hasta la segunda mitad del siglo XX. "Nuestro país no fue amable en su recepción y fue muy cerrado, contrario a lo que ocurrió en Venezuela, México, Brasil, Perú, Argentina o Chile", señala la cineasta Camila Loboguerrero, quien en 1996 produjo para Audiovisuales la serie documental Inmigrantes, sobre el ingreso de los españoles, alemanes, italianos, judíos, húngaros, árabes, japoneses y argentinos. "En 1938 a los judíos les cobraban 10.000 pesos por el visado (una fortuna para la época).
Pero lo más diciente es una circular de Luis López de Mesa, cuando ejercía como canciller, dirigida a la Embajada de Colombia en Bonn diciendo que se desestimara la inmigración de judíos a Colombia porque era una 'raza zalamera y pendenciera'", recalca Loboguerrero. En las postrimerías del siglo XIX, el Diccionario Ortográfico de Apellidos y Nombres Propios de Personas, cuya primera edición data de 1886, daba cuenta de 581 apellidos foráneos en esta República en ciernes. Una cifra que ya entonces mostraba el exiguo movimiento migratorio. "Hasta más o menos 1750 el ingreso a América, incluso para ciertos españoles era difícil. Debían llenar determinados requisitos y obtener permiso, como una especie de pasaporte y visa de hoy en día", explica el genealogista Luis Álvaro Gallo en su libro Inmigrantes a Colombia. Según él, salvo dos inmigraciones en grupo -la japonesa al Valle del Cauca tras las Primera Guerra, y la lituana después de la Segunda Guerra- los extranjeros que llegaron al país lo han hecho de forma individual, aun cuando su ingreso haya sido considerable como en el caso de los mal llamados turcos (libaneses, sirios, palestinos y otros árabes). Su conclusión es que en general ha sido un proceso a cuentagotas y anónimo. Sólo unos pocos estudiosos, como Fernando Restrepo -uno de los autores de la serie editorial Genealogías de Santafe de Bogotá- han rastreado ascendencias en parroquias y oficinas de registro civil.
Con el ánimo de conocer algunas de esas historias, REVISTA CREDENCIAL excavó en la memoria de algunos colombianos con apellidos extranjeros o poco comunes. Muchos tuvieron que aceptar traducciones apresuradas de sus nombres por el funcionario de turno, que no tenía el tiempo, el interés o las letras -porque miles de nombres originales eran en lenguas no latinas- para hacer la traducción correcta. Estos son sus testimonios. Emilio Yunis Turbay, médico genetista "Mis padres abandonaron su terruño por física hambre, esa es la verdad. Por efecto de la Gran Guerra, el Monte Líbano empezó a sentir, en 1915, las carencias, la hambruna, las enfermedades y, como si fuera poco, una plaga devastadora de langostas que arrasó los cultivos. Miles de libaneses murieron, pero inexplicablemente mi padre, Youssef Yidis, y mi mamá, Teffeja -que en árabe significa manzana- se salvaron. "Esa historia trágica de seres ausentes y desconocidos me impulsó a reconstruir mi árbol genealógico, insumo para mi libro Desde el púlpito nos acechan, nos oyen y nos hablan. Llegué a completar cinco generaciones en la familia de mi madre y siete en la de mi padre, casi 150 miembros. Fue así como descubrí que siete generaciones atrás, Antonios Yunis (Younes, por la influencia francesa) se estableció en Chatine, y nuestra rama familiar se bautizó beit Chatine, es decir, casa Chatine. "Mi padre fue uno de tantos aventureros. Arribó en 1925 a la costa norte atraído por un familiar que lo había precedido sin que existiera ninguna razón específica para afincarse. Tras allanar el camino se trajo a su desposada, mi "manzana", una adolescente que jugaba descalza por las otrora fértiles tierras libanesas que la guerra esterilizó. Mi abuelo era Yiris Saad Yunis, y lo usual, dadas las reglas de registro en Occidente, hubiera sido que al llegar el agente aduanero hubiera matriculado a mi padre con el patronímico Saad y no Yunis. No alcanzo a imaginar cómo sería la discusión de mi padre para preservar el Yunis, razón por la cual todos lo llevamos puesto a la manera occidental. La casa Chatine es la cuna de mis ancestros y el apellido Yunis figura desde los tiempos de Galileo... pero esa es otra historia que está lejos de ser plana." Alejandro De Lima, empresario. "Aunque mi primer apellido es de origen judío, muy posiblemente el De Lima provenga del río Limia, que fluye por Portugal y España.
Sé que los primeros ascendientes arribaron a las Antillas Holandesas, de donde unos partieron para Estados Unidos, otros para Brasil y algunos para Panamá. Hay miembros De Lima en Barranquilla, pero no tengo ninguna relación con ellos. "Por mi rama, el primero que llegó al país fue mi abuelo, Ernesto, en la década de los 20 del siglo pasado. Su padre, mi bisabuelo Elías, era un banquero de Nueva York, presidente y fundador del Battery Park National Bank, que en1923 se fusionó con Bank of America. Un día le dijo a mi abuelo que aprovechando su interés por aprender español y sus contactos con la familia Eder -su esposa era pariente de Santiago Eder, fundador del ingenio Manuelita-, viajara a Colombia para buscar nuevos mercados de crédito, además de cobrar las deudas que tenían algunas compañías con su banco. "Llegó hasta tierras vallecaucanas en un barco que atracó en Buenaventura, un tren que se varó camino a La Cumbre y una mula que completó la hazaña. Su impresión del paisaje y la cultura la describió en su libro The Devil is Wiser. De hecho, adquirió una finca de 100 fanegadas a orillas del río Cañaveralejo. "Vivió en Costa Rica unos años, se divorció y tiempo después se casó con mi abuela, Olivia LeFrak, una costarricense de origen francés. Pero Colombia quedó rondando en su mente hasta que en 1931 se descubrieron en su finca algunas minas de carbón. Entonces regresó para hacerse cargo de una promisoria empresa y fue bien acogido por la comunidad caleña. Lo conocían como el gringo, pero la verdad es que era un gringo muy 'platanizado'". Jesús Piñacué Achicué, senador indígena "Según la mitología, nosotros resultamos de un acto de enamoramiento entre las estrellas y las aguas de las lagunas, pues estrella se dice Aaah y Pen equivale a otro, entonces Penaah kwe sería otra estrella.
La explicación funcional está atada al significado de las palabras en lengua Nasa Yuwe: Piñacué viene de Pnxah, que significa los que marchan en el centro. Estos miembros tenían una misión por la cual había que protegerlos, y por eso siempre iban en el centro. Entre tanto, Achicué proviene de Açxa, que es caliente, y de ahí que fueran reconocidos por su bravura, su beligerancia, su sangre caliente. Eran los guerreros, los protectores. "Nuestras identidades empezaron a ser castellanizadas desde 1613, cuando los colonizadores determinaron que nosotros, los hombres del maíz, estaríamos tutelados por los soldados de Cristo. Desde entonces nuestros nombres fueron registrados en las parroquias con las letras y los modismos que el español permitía acomodar. "Hoy, los Piñacué y los Achicué no pasamos de la centena dentro de la familia Nasa, pero además de nuestras costumbres y visiones atávicas, lo que resulta característico en todos los miembros de la comunidad es que todos tenemos el diminutivo kwe al final de nuestros nombres, y que es un diminutivo de aprecio". Piedad Bonnett, escritora "Del antepasado más remoto del que oyó hablar mi padre fue de un ilusionista francés -'El gran pájaro', se hacía llamar- que llegó con un circo a mediados del siglo XIX a Amalfi muy probablemente después de bajar por el Magdalena hasta Puerto Berrío, y de allí a mi pueblo, después de varias jornadas a caballo. "De ese personaje desciende mi bisabuelo, Jesús Bonnett (apellido al que alguno por el camino le agregó una t, pues en el sur de Francia es frecuente el Bonnet), hombre de muy buena estampa, alto, rubicundo y al que la gente apodaba el Coronel Bonito, el mismo que todas las tardes se sentaba en un taburete al frente de su casa. El título de coronel se lo debió ganar en las guerras civiles, en las que se sabe que participó por el partido Conservador. Derrotado por los liberales al mando de un militar de apellido Uribe, éste le dio ¡el pueblo por cárcel! Se enamoró de la hija de su enemigo, se casó con ella y de él desciende mi abuelo, Antonio Bonnett Uribe, maestro y hombre muy ingenioso, que llevó algunas de las primeras películas a Amalfi. Además, construía topo tipo de aparatos, entre ellos, mimeógrafos y radios. También doraba metales, armaba relojes e incluso fabricó varios telares en los cuales hizo telas a las que dio un uso doméstico".
Hans Peter Knudsen, rector de la Universidad del Rosario "Mi apellido originalmente es danés, pero proviene de una región al norte de Alemania que antes hacía parte de Dinamarca. El primer Knudsen en Colombia fue mi padre, quien llegó en 1951 cuando tenía 21 años. Era un aventurero febril, simpático y desparpajado -muy lejos del esteriotipo alemán- que creció escuchando las historias de su mamá acerca de lo feliz que había sido su infancia en Guatemala, donde había crecido en una hacienda cafetera guatemalteca. Siempre añoró el espíritu y la visión latina de la vida, y los transmitió a sus tres hijos. Mi padre sintió una especial atracción por Latinoamérica y eso lo impulsó a venirse como fuera. "Un hermano de mi abuela llamado Joaquín Goebel había llegado a Colombia, donde terminó involucrado con las familias Pombo y Pfeil-Schneider, que trajeron la representación de la Mercedes Benz al país. Después de vivir aquí, Joaquín llegó a Hamburgo de visita luciendo un carro blanco convertible que se robó todas las miradas, y en tiempos de posguerra y tanta pobreza, su éxito inspiraba. Fue cuando mi padre -quien tenía conocimientos de ingeniería mecánica- le pidió su ayuda para venir a Colombia, y gracias a él logró un contrato de un año para trabajar con la legendaria marca alemana. "Por inquieto y alocado no le renovaron el contrato, pero eso no le impidió quedarse, casarse y formar un hogar. Fueron momentos duros en los que para sobrevivir tuvo que tocar piano en las noches, hasta que se asoció con un austriaco judío y formó una empresa de representación de los productos de impresión Rex Rotary". José Clopatofsky, periodista "El primer Clopatofsky en Colombia fue mi chozno Antonio Klopotowski Stephan. Nació en Oppeln, provincia de Possen, y vivió en suelo polaco hasta que, por sus intervenciones en la revolución iniciada en 1830, tuvo que huir a América junto con sus hermanos Pablo y José. Los tres llegaron en 1847 en calidad de exiliados políticos por sus actividades en pro de la independencia. Pablo y José se establecieron en el departamento de Tolima y se dedicaron a labores agrícolas, mientras que Antonio se asentó en Bogotá, donde creó una próspera industria maderera y de ebanistería.
De hecho, importó uno de los primeros equipos para aserrar y tallar que se conocieron en Colombia. Tuvo dos hijos: Carlos, mi bisabuelo, y Antonio, quien aburrido de que escribieran mal su apellido optó por modificarlo conforme a la pronunciación dejándolo de la forma como se conoce actualmente, Clopatofsky. "Antonio fue arquitecto y pintor. Diseñó los planos de reforma del Capitolio Nacional de Bogotá -a finales del siglo XIX- y estuvo a cargo de la decoración del Teatro Colón y de la cúpula de la desaparecida Iglesia de Santo Domingo. Entre tanto, mi bisabuelo ejerció como un reputado ginecólogo que estudió en París y se casó allí con Marie Guinard Lombart. Pero antes tuvo que pedir permiso a su padre, quien en 1886 juramentó ante un notario lo siguiente: ... 'doy mi consentimiento para que mi hijo, médico y cirujano de profesión, a quien conozco, contraiga matrimonio con la persona que él escoja por esposa siempre y cuando vengan a vivir a Bogotá'. Así consta en un documento con sello del arzobispado de Bogotá, reliquia que reposa en mi casa junto con un baúl y un espejo neobarroco de doña Marie Guinard". Jorge y Mark Rausch "El primer Rausch en Colombia fue nuestro abuelo Walter, un judío oriundo de Viena que llegó, en 1941, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Desde muy joven se hizo peletero, se fue a vivir a París y allí conoció a nuestra abuela, también vienesa y peletera y quien contó con suerte de haber sido enviada por sus padres a Francia, pues toda su familia murió en el Holocausto. Para evitar las primeras persecuciones, el abuelo decidió enrolarse en la Legión Extranjera, cuerpo multiétnico en el que muchos militaron para irse a África a trabajar o a defender las colonias. Sin embargo, se devolvió antes de lo previsto porque la situación en París ya era insostenible por la ocupación nazi. De hecho, nuestra abuela se salvó por segunda vez porque los alemanes fueron a buscarla a la casa mientras ella daba a luz en el hospital. "En el tren de regreso, mi abuelo pasó por varias estaciones controladas por el régimen y como tenía pinta de ario se hizo pasar por oficial de la Gestapo en una de ellas. Cuando se le acercó un oficial nazi y él lo saludó con el "¡Heil Hitler!". Llegó a París, se encontró con mi abuela y planearon su salida. El socio de mi abuelo era amigo del cónsul de Colombia, y a través de él lo contactaron y le pagaron las visas para viajar al país. ¿Por qué aquí? Por simple supervivencia; fue la oportunidad que se les presentó. "Primero salió el abuelo rumbo a Marsella y allí quedó de encontrarse con la abuela. Ella vendió todo y las monedas de oro producto de la venta las metió en unos tarros de mantequilla. Con un bebé de seis meses en brazos salió a gatas de París. Muchas madres se arrastraban por los pastizales que custodiaban los Nazis con pastores alemanes, y para evitar no ser descubiertas con el llanto de sus hijos les tapaban la boca tan fuerte que algunos morían ahogados. "Zarparon rumbo a una isla cercana a Cuba. Allí vivieron durante más de seis meses en un campo de refugiados hasta que consiguieron el barco para arribar a Colombia. Primero llegaron a Barranquilla, pero al poco tiempo migraron hacia Bogotá. Aquí empezaron vendiendo diferentes productos; sin embargo, retomaron la peletería y llegaron a tener los almacenes de pieles más prestigiosos de Bogotá hasta que el Bogotazo destruyó todo... pero esa es otra historia". Por Amira Abultaif Kadamani
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